Halloween
-¿Por qué nadie ha
colocado aún las rosas negras en su sitio? ¡Más brío, que esto parece un
funeral!
Lisa Harris, estudiante
modelo, animadora y presidenta del comité de alumnos de último curso, tenía
unas altas expectativas sobre la velada de la noche siguiente. Estaba decidida
a que aquel Halloween fuera el más terrorífico de sus vidas, no en vano era
ella la encargada de preparar dicha fiesta en su instituto.
- Veamos, tenemos que
situar todavía estas mesas tan pesadas. Chicos ¿podéis encargaros vosotros?-
exclamó imperiosamente, señalando a un par de compañeros de aspecto fornido
pertenecientes al equipo de rugby.- Llevadlas a la parte de atrás, junto al
altar de los sacrificios.
- ¡Lisa, Lisa! Hemos
traído todo lo necesario.
La joven se volvió para
recibir a sus dos amigas de toda la vida, Jade y la pequeña Bonnie, que
llevaban en las manos todo tipo de enseres para contribuir a la decoración.
Rebuscando en los armarios de sus casas habían conseguido reunir calabazas,
disfraces, varias máscaras horripilantes, sangre falsa e incluso una pócima de
la mala suerte que les vendió una bruja en Salem, una vez que fueron de
excursión. La vieja les aseguró que contenía espíritus encerrados en su
interior, y que aquella magia ancestral de sus antepasados aún conservaba toda
su fuerza intacta. La mayoría de los muchachos se burlaron de ella y Bonnie
terminó comprándola porque su natural compasión la hizo compadecerse de la
anciana.
Se había hecho tarde, y
Lisa decidió que debían darse un respiro por esa noche: despidió a los demás
colaboradores, asegurándose de que todos ellos acudirían temprano al día
siguiente para encargarse de dar los últimos retoques, y se apresuró a guardar
el material que sus amigas acababan de proporcionarle en un rincón del
escenario. Con las prisas, rozó sin querer el frasco que contenía la pócima,
que cayó y se rompió en mil fragmentos, derramando todo su contenido por el
suelo. La joven se sobresaltó, pero enseguida reaccionó y se dispuso a limpiar
el desastre. La cara de Bonnie reflejó verdadera preocupación.
- ¡Oh no! Lo has roto,
Lisa, ahora estarás maldita para siempre.
- No seas tonta Bonnie, no
es más que un poco de agua y colorante con especias. No creas todas esas
supersticiones.
- Desde luego, apesta. Si
el olor se conserva hasta mañana, irá de perlas con el ambiente.- puntualizó
Jade.
- No deberías burlarte así
de los espíritus…- murmuró su amiga.
Lisa rió y se despidió de
ellas, tratando de quitarle hierro al asunto. En su interior, ella tampoco se
sentía cómoda con el tema. No quería creer en la superstición, pero un mal
presentimiento se había apoderado de ella desde que el frasco se había
derramado. No podía evitar preguntarse si serían ciertas las historias.
La brisa nocturna del
exterior le ayudó a despejarse. Se preciaba de ser una persona racional, de
modo que sacudió la cabeza y olvidó todas aquellas tonterías. Se dirigió hacia
su casa, pensando en su disfraz del día siguiente. Sin duda, sería la estrella
del baile. El vestido representaba a una hechicera de alta categoría de la Edad
Media, descendiente de los mismísimos druidas. Lisa lo había encargado a un
conocido modista, quien lo había hecho expresamente a medida para ella. Le
había costado una fortuna, quizá demasiado, pero la ocasión lo merecía.
Faltaba poco para llegar a
su hogar cuando sintió una sacudida y el suelo se hundió bajo sus pies.
Confundida, se percató de que se le había roto un tacón del zapato. Nunca le
había sucedido nada semejante. Rezongando para sus adentros, realizó a la pata
coja el resto del camino, y cruzó la verja de su jardín. Como era habitual, sus
padres no habían llegado todavía.
La joven cerró la puerta
con llave y arrojó los zapatos estropeados debajo de su cama. Había sido un día
agotador; sin ganas de pensar en nada más, cenó rápidamente, se desvistió y
deslizándose entre las sábanas, durmió profundamente.
***
- Cariño, no llegues muy
tarde esta noche ¿de acuerdo? Nosotros saldremos en un minuto. Alex, ¿nos vamos
ya?-dijo, dirigiéndose a su esposo. ¡Volveremos a ser los últimos en llegar!
Los padres de Lisa
pasarían toda la velada fuera, en una fiesta privada.
- Descuida mamá, pediré un
taxi para volver.
- Muy bien. Y recuerda
que, si quieres terminar la decoración de la casa, te he sacado del desván los
adornos del año pasado, creo que servirán. Que pases una buena noche cielo.
A pocas horas del baile,
Lisa se tumbó en su cama con dosel y suspiró. El día no había transcurrido de
manera muy agradable. Amaneció bajo un cielo encapotado y tormentoso, muy
apropiado para un 31 de octubre. La chica se vio obligada a coger un autobús
que, debido al tráfico creciente por la amenaza de lluvia, se retrasó, por lo
que llegó tarde a los últimos preparativos en el gimnasio de su instituto. Para
empeorar las cosas, se produjo un error con el repartidor de las bebidas y sólo
disponían de la mitad de los refrescos necesarios. Sus amigas la miraban con
cautela, como si en cualquier momento le fuesen a crecer arrugas, garras en
lugar de uñas, o una verruga en la cara.
- ¡Ya basta, chicas!
¡Casualidades, ca-sua-li-da-des! E incompetencia de algunos. No tiene nada que
ver con la dichosa pócima que se rompió ayer. ¡Oídme! Esto tiene que ser
divertido, no un funeral verdad! ¡Vamos, ya casi hemos terminado! Bonnie hizo
un mohín, y Jade encogió los hombros, no muy convencida.
Sin embargo, nadie ganaba
a Lisa Harris en cabezonería, de modo que se empeñó en ignorar esos detalles y
ridiculizar las preocupaciones de sus amigos. Incluso se las apañó para ignorar
la molesta sensación de estar siendo vigilada, impresión que tenía desde que se
había levantado. Ella creía en las casualidades, pero no en la brujería o en el
“mal karma”.
Se levantó y dirigió sus
pasos hacia la gran caja que su madre le había dejado preparada, decidida a dar
los últimos golpes maestros en la decoración con motivo de Halloween. Colocó
cuchillos ensangrentados por toda la casa, un par de calabazas en el porche, y
de la puerta colgó unas tiras de plástico que asemejaban las fuertes hebras de
una telaraña, enredándose unas con otras. Lisa se sonrió: eran tan reales que
los niños dudaban, asustados, antes de acercarse a su puerta Estaba
acostumbrada a encargarse de este tipo de cosas por su cuenta. Nunca había sido
miedosa y, para ella, no era extraño encontrar la imagen de su hogar vacío, ni
oír otra cosa que no fuera un silencio inquietante.
Pero, ¿realmente era esa
noche como las demás? Lo único que se escuchaba era una auténtica algarabía
procedente de fuera, que contrastaba con el silencioso interior. La joven
esperaba que los alaridos espeluznantes y los gritos de “truco o trato” no se
alargasen mucho más. Asomada a la ventana, advirtió cómo un ejército de brujas,
esqueletos, duendes y magos tomaba las calles. Ese ambiente de caos y confusión
logró filtrarse por los resquicios de la puerta, e introducirse en su casa,
provocándole una gran sensación de desasosiego. Los nervios y el ajetreo de los
últimos días estaban empezando a pasarle factura.
Recorrió todas las
ventanas una por una, bajando persianas y cerrando postigos pero, al finalizar,
sintió que había sido encerrada en vida con sus más profundas pesadillas.
Sentía un aliento invisible soplando contra su nuca, y corrió por el oscuro
pasillo sin mirar atrás. Logró llegar al cuarto de baño de estilo victoriano y
en un intento de poner a prueba su cordura, encendió todas las luces.
Como era lógico, allí no
había nadie. Más calmada, se embutió en su disfraz de hechicera medieval, y
comenzó a maquillarse con su brocha favorita. Lisa se miró en el espejo.
Realmente, el traje le favorecía, resaltando su pelo castaño y los ojos verde
oscuro. Sonrió con coquetería; estaba convencida de que la nombrarían reina del
baile.
Un nuevo ruido la
distrajo. Parecía provenir de a tan solo unos pocos metros. ¿Habrían regresado
sus padres por algún motivo? Con el corazón en el puño, se atrevió a salir,
avanzando de puntillas por el interminable pasillo. Qué curioso, toda la casa
parecía encontrarse en silencio, salvo por ese extraño sonido que volvía a
repetirse. Quizá fueran imaginaciones suyas. Sin embargo, lo escuchó de nuevo,
mas en aquella ocasión parecía provenir del lado opuesto. Pero esta vez sí
podía identificarlo: ¡voces! Eran voces, voces en un idioma que no podía identificar,
pero que la amenazaban, la acosaban sin piedad. Desquiciada, salió corriendo a
ciegas hacia la puerta del porche. La parte racional de su mente le decía que
allí no podía haber nadie, pero se dejó dominar por el pánico. Sabía que alguien o algo la perseguía.
Parecía como si una enorme mano viscosa la hubiera atrapado; se le enredaba en
el cabello, impidiéndole avanzar. La joven notó cómo algo trataba de detenerla,
oprimiéndole el pecho, el cuello, el cuerpo entero. La telaraña descendió sobre
su presa, oprimiéndola poco a poco. Un grito de puro terror se ahogó en su
garganta. Incapaz de ver nada más, se debatió con todas sus fuerzas, pero la
oscuridad la asfixiaba, y un manto negro se cernió sobre ella de golpe,
sepultándola.
***
Fuera, en la calle, la
gente disfrazada para Halloween se detenía para admirar la decoración de
algunas casas, en especial una en la que en la puerta habían ahorcado a una
hechicera medieval.
- Caramba, qué conseguido
está – comentaba la gente. – ¡Parece real!
Bárbara Ruiz
Bárbara Ruiz
Muy trabajado el texto
ResponderEliminar